Roger Bacon fue un monje inglés, apellidado el doctor admirable y uno de los sabios más ilustres de todos los tiempos. Nació en Ilchester, en la prov. de Semerset, en Inglaterra, en1214; murió en Oxford en 1294.
Estudió en Oxford y después en la Universidad de París, en la querecibió el grado de doctor en Teología. A su regreso a Inglaterra (1240), vistió el hábito franciscano y fijó su residencia en Oxford. Se dedicó con el mismo afán al estudio profundo de las lenguas, a la aplicación de las matemáticas y a la ciencia experimental (scientia experimentalis), a la que consagró un capítulode su Opus majus. Llenan su juventud las tareas del erudito, su vida toda las tareas del hombre de ciencia, ytodos los ramos del humano saber sintieron la poderosa influencia de su genio.
Aprendió los idiomas latín, hebreo, griego y árabe; demostró en su Opus Majus la necesidad de reformar la gramática y el conocimiento de las lenguas a fin de dar un fundamento a la teología; consideró a las matemáticas como un instrumento para penetrar en los dominios de las otras ciencias; afirmó que el cálculo era como la primera de las ciencias, la que a todas precede y nos prepara para comprenderlas todas, y realizó, al parecer en el tercer período de su vida, experimentos de física y química.
Propuso, antes que ningún otro, la reforma del calendario juliano; halló insuficiente el sistema astronómico de Ptolomeo; fue, en óptica, el precursor de Galileo y de Newton; formuló juiciosas observaciones sobre los fenómenos de la propagación, de la reflexión y de la refracción de la luz, sobre la formación del arco iris, sobre la grandeza aparente de los objetos y las dimensiones extraordinarias del Sol y de la Luna, observados en el horizonte; describió con sagacidad el mecanismo de la visión; rechazó, contra lo dicho por Aristóteles, la teoría de la propagación instantánea de la luz; sostuvo que las estrellas tenían luz propia; defendió que las estrellas fugaces eran cuerpos relativamente muy pequeños, no estrellas que atraviesan nuestra atmósfera y se inflaman por la rapidez misma de su movimiento; y no falta quién diga que fue el inventor del microscopio, del telescopio y de la pólvora.
Es cierto que Roger Bacon era alquimista y que, como tal, profesaba la doctrina de la unidad de composición de los metales, de la diferente perfección y la posible transmutación de los mismos; pero era el alquimista menos fanático, el más razonable de su época. La investigación para llegar al descubrimiento de la piedra filosofal reducíase, según él, a una operación metalúrgica dirigida a perfeccionar un metal por medio del calor, imitando el trabajo que la naturaleza realiza en las minas. Nótese que era alquimista en la manera de concebir el problema de los metales, y químico en la resolución del mismo, y que ya despertó su atención un fenómeno, el del calor interior de las minas, que se ha estudiado con interés en nuestros días y del que se ha querido sacar la principal ley de la geología.
En filosofía, fue el padre del método experimental y el precursor de su compatriota y homónimo Francis Bacon. Veía en la autoridad (magister dixit) la fuente de la ignorancia. «En vez de estudiar la naturaleza, decía, se pierden 20 años en leer los razonamientos de un antiguo.» Y agrega: «Si pudiese disponer de los libros de Aristóteles, los haría quemar todos; porque este estudio hace perder el tiempo, engendra el error y propaga la ignorancia.» Y no se crea por esto que desconocía el genio de Aristóteles; pero protestaba contra los que creían ver en los escritos del filósofo griego la última palabra de la ciencia.
Enemigo de las abstracciones, sutilezas y disputas de la filosofía escolástica, Bacon despreciaba a los tomistas de la Edad Media. No permaneció indiferente a los problemas de la metafísica de su tiempo, antes bien trató con cierta originalidad los de la materia y la forma y algún otro; pero tendió a darles una solución nominalista y como si dijéramos antimetafísica.
Monje ortodoxo, sabio libre del yugo de Aristóteles, reduce toda su filosofía a leer bien y comprender mejor estos dos libros: la Escritura y la Naturaleza. Entre la teología, llamada a resolver las causas primeras, y la ciencia experimental, por la que sólo podemos descubrir las causas segundas, no queda espacio, en opinión del sabio inglés, para el mundo fantástico de la escolástica.
El sacerdocio de la verdad que Bacon practicaba recibió el premio que era de esperar en aquella época. Habiendo hecho públicos algunos de sus experimentos químicos, fue acusado de los crímenes de magia y sortilegio y se dijo que tenía pacto con el demonio.
Ya en 1260 se había hecho sospechoso a los monjes de su orden. Sus superiores le prohibieron mostrar a nadie sus escritos bajo pena de confiscación de la obra comunicada y de ayuno a pan y agua durante varios días.
Por este tiempo, Guido Foulques, legado del Papa en Inglaterra, hombre aficionado a las letras y dotado de un espíritu liberal, habiendo oído hablar de los escritos del hermano Roger, quiso conocerlos, y como no pudiese entrar en relaciones directas con el monje sospechoso, se valió de un amigo común, Raimundo de Laón, y supo por éste que Bacon preparaba una obra sobre la reforma de la filosofía. Habiendo llegado a ser Papa (1270) con el nombre de Clemente IV, el mismo prelado escribió al monje inglés una carta pidiéndole, no obstante la prohibición de sus superiores, el libro que Bacon había intentado inútilmente remitirle años antes. Roger entonces redactó su Opus majus, que envió al Papa por conducto de un joven llamado Juan, su discípulo favorito. Protegido por Clemente IV, Bacon vio templados los antiguos rigores y pudo con calma proseguir sus trabajos científicos. Tan favorable situación apenas duró un año. Muerto su protector, volvieron las prevenciones, los odios y los celos de los hermanos de su orden, y a los 66 años tuvo que comparecer ante una Asamblea reunida en París bajo la presidencia del superior de los franciscanos, Jerónimo de Ascoli, y fue condenado a prisión perpetua. Siete años más tarde Jerónimo de Ascoli, su juez, subía al solio pontificio con el nombre de Nicolás IV, y hasta que éste murió (1262), Bacon no pudo recobrar la libertad. Cuando se abrieron las puertas de su prisión, el infortunio había agotado sus fuerzas, y poco después bajó al sepulcro. Contaba entonces ochenta años. Dícese que al morir el recuerdo de sus desgracias le arrancó esta amarga frase: «Me arrepiento de haber aceptado tantas fatigas en interés de la ciencia.» Afírmase igualmente que los monjes de su orden, dominados por el terror que les inspiraba, clavaron todas sus obras y manuscritos en la muralla como productos infames de hechicería.
Las principales obras de Roger son: Epistola fratris Rogerii Baconis de secretis operibus artis et naturæ, et de nullitate magiæ (París, 1542, en 4.º; Basilea, 1593, en 8.º; Hamburgo, 1598, 1618, en 8.º). Opus majus (Londres, 1733, en folio). Como esta obra fue la base de la reputación del autor, creemos conveniente dar a conocer los diversos escritos de que se compone. Los dos primeros libros comprenden tres tratados: I. De impedimentis sapientiæ. II. De causis ignorantiæ humanæ. III. De utilitate scientiarum. El libro tercero contiene el tratado De utilitate linguarum. El cuarto, los tratados De centris gravium, De ponderibus, De valore Musices, De judiciis Astrologiæ, De Cosmographia, De situ orbis, De regionibus mundi, De situ Palestinæ, De locis sacris, Descriptiones locorum mundi, Prognostica ex siderum cursu. El libro quinto abraza varios tratados de perspectiva y el De Specierum multiplicatione. El sexto los De arte experimentali, De radiis solaribus, Decoloribus per artem fiendis, otros sobre la química, impresos en el Thesaurus chemicus (Francfort, 1603 y 1620, en 8.º) y el De retardandis senectutis accidentibus, publicado por primera vez en Oxford en 1590, y traducido en seguida al inglés con notas por el doctor Ricardo Browne con el título de Remedio contra la vejez y conservación de la juventud (Londres, 1863).
Algunos tratados de Bacon que no han visto la luz pública, como el Liber naturalium, el Computus Rogerii Baconis, el Opus minus y el Opus tertium, han sido conservados manuscritos en la biblioteca de la Universidad de Leyden y en la biblioteca real y alguna más de Inglaterra. El Speculum Alchemiæ y De potestate mirabili artis et naturæ, que no es más que un capítulo de la obra titulada Epistola fratris Rogerii Baconis, etc, han sido traducidos al francés por Jacobo Girard de Tournes y publicados: el primero, con el título de Espejo de la Alquimia (Lyon, 1553, y París, 1612, 1627); y el segundo, con el de Admirable poder y potencia del arte, de la naturaleza, etc. (Lyón, 1557, y París, 1629).