El comercio fue el principal factor de unidad que vinculó al Imperio árabe. A partir del siglo VIII, los musulmanes dominaron las rutas marítimas del Mediterráneo y del océano Índico, con su prolongación al Mar Rojo y al Golfo Pérsico. También controlaron las principales rutas terrestres de África y de Asia.
De esta manera, los árabes acapararon las mercancías más preciadas: las especies de Asia oriental, las piedras preciosas de la India, la seda de la China y el oro y el marfil de Sudán. Disponían, además, de la mejor flota de su época y de los puertos más activos.