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Al frente del enorme Imperio Islámico o Árabe se encontraba el califa, que era el sucesor de Mahoma y el representante de Alá.

El Corán encomendaba al califa ordenar bien y prohibir el mal. Su autoridad era total en el aspecto religioso y también en el político.

El cargo de califa fue electivo en un principio: luego, los Omeyas lo hicieron hereditario.


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