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El Islam unió al pueblo árabe y lo lanzó a una rápida expansión militar entre los siglos VII y VIII.

A la muerte de Mahoma, la dirección del Islam fue ejercida por los califas o sucesores de Mahoma. Los primeros califas, denominados ortodoxos, fueron elegidos entre los parientes del profeta. Bajo su mandato la capital fue la ciudad de Medina y los musulmanes se apoderaron del norte de África, Siria, Palestina y el Imperio Persa.

Tras la muerte del califa Alí (año 661), la familia de los Omeya se apoderó del califato y convirtió a Damasco en su capital. En esta época, los musulmanes conquistaron Marruecos y la Península Ibérica. Por el este se extendieron hasta el río Indo y el Turquestán.

A mediados del siglo VIII, después de cruentas luchas, la familia de los Abasidas desplazó a los Omeyas y traslado la capital del califato a Bagdad.

A partir del siglo X, el Islam sufrió un proceso de desintegración político debido a conflictos religiosos, al surgimiento de dinastías regionales independientes en España, en Marruecos y en Egipto y a las invasiones de turcos y mongoles.





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